viernes, 23 de agosto de 2013

CUATRO DE GANGSTERS

La ciudad se desdoblaba en los charcos que la lluvia había dejado durante el día. A grandes zancadas los iban deshaciendo dejando a su paso una estela de ondulaciones agitadas que amortiguaban el sonido de sus pasos. La luna llena les arrancaba una sombra alargada que arrastraban por la ciudad temblorosa que devolvía el reflejo del agua. Imprimía a su paso la seguridad que otorga el poder y esa arrogancia de no necesitar mirar atrás o leer entre las líneas de su conciencia. Claro que, notar en cada hombro el aliento de los dos gorilas que le procuraban protección, también contribuía a construir ese carácter de semiDios.

El negocio que rematarían aquella noche les había ocupado los últimos dos meses. Una intrincada red de informadores, algún que otro infiltrado y los datos arrancados de cuajo al poli soplón que les costaba un pellizco a sobornos, les había llevado hasta el mismo centro neurálgico donde se tejían las redes del tráfico de armas y la prostitución que movían más talegos en la ciudad. Aquella extorsión les iba a procurar cantidades ingentes de dinero con el que financiar las actividades al margen de la ley que su banda llevaba a cabo. Además, pensaba darse un capricho y arrancar de las garras de aquel proxeneta a la rubia que le acompañaba cada noche y hacerla definitivamente suya. La operación bien valía la pena exponer al dirigente y cerebro de la organización que, bajo una identidad falsa, dinamitaría su núcleo y bajo amenazas y coacciones, sellaría un acuerdo de colaboración y extorsión que les convertiría en el clan más poderoso.

Había quedado en recoger a su chica a las ocho y, al llegar a su puerta echó un vistazo a cada lado, otro a la esfera del reloj y el último para comprobar que sus esbirros estaban en alerta. Sumido en sus cavilaciones, apretó los nudillos y golpeó la puerta como si estuviese llamando a las mismísimas puertas del infierno. Al abrirse ésta, cruzaron sus miradas y, sin mediar palabra, le asestó un revés que le reventó el labio inferior, despidiendo al aire un hilillo de sangre que le manchó el puño de su camisa. Debió de haberlo imaginado… aquella maldita zorra había malinterpretado sus palabras y se disponía a acompañarle al gran golpe vestida como una puta barata. La escena que siguió le asqueaba; aquel miedo reflejado en sus ojos, verla agazapada y temblorosa tirada en aquel rincón… Dios!! Como odiaba la debilidad!.

Mientras ella recomponía su atuendo, él fumaba un último cigarrillo oteando la calle desde la ventana. Al mirarla de nuevo, volvió aquel deseo.., el mismo que le hacía flaquear y bajar la guardia sin tan siquiera darse cuenta. Aquella mujer le volvía loco y ese punto débil podía costarle caro, pero ¡que carajo! ¡Él era el jefe! ¡Él decía dónde, cuándo y cómo! ¡Él llevaba el mando, incluso mientras cabalgaba por sus caderas! La elegante dama abandonaba su morada colgada del brazo de su apuesto caballero. Flanqueaban la salida cuando, sin tiempo para reaccionar, un fuerte golpe en la cabeza le derribaba sobre el asfalto mojado y a la noche se le esfumaron las estrellas y la luna y ya todo era silencio y oscuridad.

Aplausos. Luces. Una mano le ayudaba a incorporarse. Aquella maldita escena iba a arruinarle la sesera; su compañero de reparto le asestó duro aquella vez. Lo habían ensayado un millón de veces y aún, con la intensidad del momento, seguía mezclándose ficción y realidad. Interpretar un tipo duro tenía esos inconvenientes.
-Estás bien? Otra vez te volví a atizar-. Se preocupó el compañero.
-Estoy bien, no te preocupes, ya habrá ocasión de devolvértela!!! jajajaja


AUSENCIAS

Si el frío es la ausencia de calor, tal vez el odio pudiera ser la ausencia de amor.

sábado, 17 de agosto de 2013

TRES DE GANGSTERS

De poli duro a detective privado de dudosa reputación tan sólo caben un par de tachones en algún que otro expediente y un chivato de medio pelo dispuesto a vender su alma al diablo por colgarse una medalla poco meritoria. Que se pudran entre rejas los cabecillas de los clanes más sanguinarios de la ciudad tan sólo era gracias a mi ir y venir de un lado a otro del margen de la ley. Pero un chivo al que le mueven los hilos los de ahí arriba es mejor recompensado que un agente que utiliza métodos poco ortodoxos para quitar de enmedio la basura que apesta en los suburbios. Así que, de la noche a la mañana, metieron mis escasas pertenencias en una caja y me largaron de allí con más pena que gloria, un expediente arruinado y una compensación económica ruinosa.

Con aquella miserable suma abrí la puerta de un despacho en la cochambre de un semisótano bastante céntrico. Desde ese cuartel general que olía a mugre y humedad, fui quitando de la circulación a algún que otro maleante de poca monta. Mis escasos honorarios apenas me daban para mantener vivos mis vicios y muerto el gusanillo a base del menú del día del antro de la vuelta de la esquina. Pero poco a poco y gracias a los insuficientes escrúpulos e ingresos de un par de excompañeros, mi clientela iba en aumento.

El día que gané cien de los grandes mi chica se largó con un engominado de tres al cuarto, dejándome la nevera y el corazón vacíos y yo, para que no doliera el hueco de su ropa interior en mis cajones, dí con mis maltrechos huesos en el templo del vicio donde aposté y perdí todo lo que tenía a un número.

Regresaba a mi despacho rumiando mis miserias cuando vi a aquel tipo esperando apoyado bajo el cartel medio caído que llevaba mi nombre y que anunciaba tristemente mi actividad. Al verme se incorporó, exhaló el humo de una última calada y me alargó su mano al tiempo que escupía su nombre.

Aquel tipo me aventajaba en estatura, en años y en preocupaciones. Con un breve movimiento de cabeza le indiqué que entrase. Después de acomodarnos con la mesa entre ambos, desplegó una serie de fotografías sobre mi escritorio y brevemente me expuso el caso. Mi olfato ya me había convencido de que el caso era un gran caso y, para disipar toda duda, la mirada en blanco y negro de una rubia desde una de las fotos acabó de convencerme. Volvía a sonreír de nuevo. Aquel cliente me servía en bandeja el pellejo de uno de los rufianes más buscados de los últimos tiempos, un pez gordo que catapultaría mi carrera. Un apretón de manos selló un pacto entre caballeros.

-Magnífico, muchachos! La escena ha salido a pedir de boca-, nos felicitó el director desde abajo de las tablas. -Quiero que bajéis a echar un vistazo al cartel de la obra, me lo acaban de traer. Es un trabajo estupendo-.

Ciertamente el cartel que empapelaria las calles publicitando nuestra obra a punto de estrenarse era magistral. El diseñador gráfico había plasmado perfectamente el espíritu del guión. Estaba todo listo para el inminente estreno... Quizá aquel foco que no había terminado de convencerme debía ser retocado. Pero eso sería mañana que por hoy ya había sido suficiente.


martes, 6 de agosto de 2013

DOS DE GANGSTERS


La vida de aquella rubia platino valía menos que la laca de uñas con la que pintaba a diario sus fracasos, pero pasar al lado oscuro de la vida es muy fácil cuando has crecido en la selva de la calle, tus sueños huelen a puchero y has pasado la mitad de tus días pensando con los pies fríos. Aún así, ante sus compañeras derrochaba arrogancia y desprecio al ritmo del swing de sus caderas, sabiendo que su escote era capaz de derretir las carteras de la mitad de los peces gordos que nadaban por aquella ciudad inmunda.

Dando por perdido cualquier atisbo de honestidad, humildad y escrúpulo, acostumbrarse a aquella vida no le había supuesto sacrificio alguno desde que la seda inundaba los cajones de su ropa interior, olía a perfume y la acompañaba algún que otro galán apuesto, que no caballero, que rellenaba su copa con el mejor champagne francés a cambio de procurarle placeres y reírle las gracias.

Mientras desplegaba sus medias de cristal en sus largas piernas pensaba en el tipo duro que había sido su cliente asiduo durante las dos últimas semanas. Desconocía su nombre, pero poco la importaba; la colmaba de caprichos y atenciones que la transportaban hacia la niñez consentida que nunca había tenido. Apenas le restaban ilusión las dosis extra de maquillaje que hubo de aplicar en algunas partes de su cuerpo desde hacía unos días. Las ventajas superaban con creces los inconvenientes y cierta porción de cinismo le permitía el comportamiento altivo que la satisfacía plenamente. ¿A quien le importaba dejarse llevar, no hacer preguntas y mantener siempre la sonrisa si colgar de su brazo la convertía en toda una señora?.

En la puerta, unos golpes secos de fuertes nudillos casi le hicieron perder la trayectoria de sus labios con el carmín, pero sabía que era él. Aún soplaban por las rendijas de su pensamiento las palabras que le susurró al oído la noche anterior: “Te recogeré a las 8. Arréglate tanto que me cueste reconocerte. Mañana será tu noche, nena”.

Tomó su bolso de mano y, con habilidad, colocó su escote en un segundo frente al espejo. De puntillas, sobre sus tacones rojos charol, voló hacia la puerta. Los gorilas de ambos lados de su galán no inmutaron el gesto bajo su sombrero cuando, en vez de un “hola muñeca” y el habitual beso apasionado mientras sus manazas volvían a descomponer lo que colocó frente al espejo, se encontró, sin mediar palabra, con que un revés hacía saltar por los aires sus ilusiones, un puñado de lágrimas y un hilillo de sangre que creció al tatuarse en la blanca pared.

Luces, aplausos. Felicitaciones del director. Un soplo de alivio se le escapó después de repetir en cinco ocasiones aquella escena, su escena, la que le consagraría por fin como actriz. Mañana estrenaban y los nervios le habían jugado una mala pasada en el ensayo general. Ahora sí, las mariposas del estómago habían levantado el vuelo y, sin más, la habían abandonado. Ahora estaba preparada.

SEGUIR

Seguir, aún sin ganas. Hacia adelante, a los lados, pero seguir... aunque sea por twitter.


lunes, 5 de agosto de 2013

UNA DE GANGSTERS


Ni yo era un detective al uso ni mi cliente un pelagatos que se conformase con una simple pesquisa, así que tocaba poner la toda chicha en el asador y ser más listo que aquel mequetrefe al que pisaba los talones. El dónde y el cuándo tan sólo era una variable de la ecuación espacio y tiempo a la que yo, perro viejo, estaba muy acostumbrado a formular. Mis contactos habían dado los frutos esperados y todos los indicios indicaban que estaba en el lugar adecuado en el momento exacto, así que apuré el gin tonic de un trago y aspiré una última calada de aquel chicote que estrellé contra el suelo para rematar con la punta de mi zapato. Abandoné aquel antro subiéndome los cuellos de la gabardina y calándome con saña el sombrero. Hoy, la noche era para los perros.

Aguardé desde una esquina a que la suerte sacase de aquel tugurio al hijo de mala madre que habría de echarme a la cara y, al verle aparecer con la rubia platino colgada del brazo, hube de templar el instinto que me empujaba a echarle el guante primero y pensar después. Ordenados pues los factores, analicé la situación calibrando hasta la respiración que se desbocaba. Ese canalla flirteaba con la rubia como un veinteañero avalado de sexapil cuando en realidad le respaldaba una visa oro de oscuro origen que había sacado a pasear antes que a la rubia.

Como si el tiempo se hubiese detenido, caí sobre él con la rapidez de un felino y, en menos que canta un gallo, mi Colt 38 le apuntaba su apestosa sien a la que habría rematado al instante de no ser porque la operación exigía un exhaustivo interrogatorio sin escatimar en las habilidades de mi compañero Harry Drake, el Panzer, experto en extraer información a cualquier sabandija que se le pusiera a tiro.

A un golpe de claqueta y al grito de “Corten!!!” se encendieron las luces y se escuchaban, al fondo del patio de butacas, los aplausos de nuestro director. Concluíamos con ésta representación nuestro último ensayo general antes del estreno y esos aplausos sonaron a música celestial en nuestros oídos. Pero las emociones aún no habían acabado; desde la tramoya desplegamos un gran cartel donde se podía leer “Feliz Cumpleaños, Director” y ahora los aplausos se dieron la vuelta y nacían del seno del escenario, donde todos los compañeros nos encontrábamos, y desde donde volaban por todo el teatro produciendo un eco inusitado. El descorche del cava y la lluvia de espuma fue el inicio de una gran noche, primera de una infinita serie en la que celebrar nuestros éxitos. ¡Felicidades, Director!!!!

viernes, 2 de agosto de 2013

AÑICOS


El silencio se hizo añicos,

La rutina saltó por los aires

Cuando llegó, centella negra y hocicos,

Algodón carbón, azabache,

Cachorro loco y cachivache.




Va comiendo las flores

de todos los tréboles,

Tocándonos el corazón a lametones,

Y, a su paso, levantando el vuelo

De mariposas y gorriones.




Del sur se da aires que caracolean,

Se enredan al tizón de sus bucles,

Desprendiendo el aroma

De tierras bandoleras.




Muerde la pereza,

le hace trasquilones,

Descompone los días a jirones.




Corre, salta, casi vuela

Espantando el reposo

De moscas y abejas.




Y, sin que el sol de estío

Le toque la frente,


Cansado sestea,

Se queda dormido……

Y el silencio compone,

Sin lograrlo del todo

Su maraña deshecha en añicos.