viernes, 14 de diciembre de 2012

UNA NOVIA, DE REPENTE...


Un dosel de espesas nubes sin color impedía que la mañana arrancase brillos al panorama monocromado. Avanzaba somnolienta por un camino pespunteado de ramas sin hojas, repasado a diario. Me detuve ante una G mayúscula y enorme, que se inclinaba sobre el resto de letras que componía el nombre de aquel tráiler que impedía mi paso. Allí parada, la gran G hipnótica absorbía mi atención y se balanceaba, adelante y atrás, impresa en el faldón trasero de goma del que pendía. El coloso luchaba por salir del estacionamiento nocturno, con maniobras precisas, desperezándose en grandes bocanadas de humo gris que exhalaba en cada quejido. Comenzó la marcha en lenta procesión y, en su avanzar, pequeñas y marchitas hojas que habían sucumbido al otoño y, con nocturnidad, habían ido posándose en el techo del armatoste, eran barridas por el aire y se precipitaban rendidas dibujando espirales e inundando el camino por el que yo discurría. Y mi alma de poeta desplego las alas y se lanzó al aire y pajareó entre las hojas desmayadas y revoloteó jovial mientras yo, ataviada con mi coche blanco, avanzaba como una novia hacia el altar sobre una alfombra vegetal inesperada.

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